jueves, 12 de septiembre de 2013

La gota que colmó el océano.



Yo no tengo casa. Me refiero a un lugar donde recogerte, sentirte a salvo y todas esas cosas. Lo que tengo es un domicilio. He tenido varios en los últimos años, a todos ellos los llamé "casa", pero mi casa de verdad siempre ha sido una persona, o un grupo de ellas. Personas más o menos cercanas, personas que van y vienen, pero personas, no lugares, o al menos no lugares con techo.

Suelo sentirme vagabunda entre paredes. No es una sensación que me desagrade, me gusta deambular de vez en cuando, sentirme fuera de contexto, extraterrestre, observando desde fuera, anacrónica y desarraigada. Aunque a la larga siempre me canso y aparece la necesidad de compartir. Sobre todo de compartir risa.

Porque sí, vale, queda muy guay en las pelis. Todos quisimos ser el héroe melancólico y solitario, el personaje misterioso que sacrifica su vida y muere trágicamente. Pero siendo sinceros, al margen de lo estético del drama, todo el mundo desea lo mismo: ser feliz.

Que la peli acabe bien.

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