sábado, 7 de noviembre de 2015

Ni tan mal



¿Sabes qué? Me encanta esta ciudad, me encanta cada calle.

Sin embargo, el otro día alguien me preguntó por qué vine aquí y se me empaparon los ojos. Los dos a la vez y de repente. La respuesta es tan trágica que ni siquiera hace falta que la pronuncie para hacerme llorar: me fui porque me das miedo.

Las últimas semanas en mi vieja ciudad las pasé evitando pasear sola, soñando que me perseguías, sintiendo el pánico golpearme el pecho de nuevo cuando mi miopía confundía los andares de algún extraño con los tuyos, yéndome de los sitios si aparecías.

En cierto modo agradezco que haya sido así, porque sin todo eso tal vez nunca hubiera hecho lo que estoy haciendo. Además, estoy bastante tranquila. Sé que toda la belleza que inunda mi vida día a día acabará borrando cada huella tuya que quede en mi alma.

Pero hay algo que aún me inquieta, una parte de mí que nunca antes había existido. Es algo pequeñito, del tamaño de una célula, que a ratos insiste en que te odie. Me propone que te mande cartas con avispas, que unte caca en el pomo de tu puerta.. cosas así.

No haré esas travesuras, pero sí, reconozco que muchas veces impulsivamente te deseo el mal. Imagino que sentirías una especie de placer enfermizo si leyeras esa frase. Como un trofeo, como si mi cabeza disecada colgase de tu pared junto a las demás cabezas.

Ya entiendo cómo abracé la mezquindad. Ya entiendo también cómo me desharé de ella.

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