domingo, 5 de mayo de 2013

¿Hay vida antes de la muerte?



Este hombre gris vive en una ciudad gris. No sé cómo se llama, tal vez Herr Graumann o algo por el estilo, pero no importa. Es su manera de caminar, tan rígida, la que sirve para contar lo que quiero contar.


Cuando a un niño muy pequeño le regalas un juguete caro, complicado, con luces y sonidos, que hace de todo y no necesita que uses tu imaginación para "jugar" con él, es probable que el niño se sienta más atraído por la caja vacía, o incluso por el papel de regalo arrugado. Como eres un adulto, miras al niño y piensas en sus carencias, "su cerebro no debe de estar todavía lo bastante desarrollado como para apreciar un juguete así" pensarás. Mientras tanto, el niño no te mira a ti, no se plantea las carencias que tienes tú, que no eres capaz de disfrutar con una simple caja vacía.

Cuando dejas de ser un niño ya no se te permite quedarte con la caja. Pero probablemente ya no te importa, porque por el camino te has ido desprendiendo de tu creatividad, de tu espontaneidad, de tu honestidad, y de esa capacidad de ser feliz con cualquier cosa. Y no me extraña, teniendo en cuenta el proceso de fabricación de personas que seguimos en estos días, sobre todo en las ciudades.

No me gusta la ciudad, y menos la ciudad "europea", que es grande aunque sea pequeña. Todo es tan impersonal y tan frío, tan lleno de protocolos, gente aburrida y colas de supermercado. La sobredosis de protocolos me crea unos niveles de ansiedad que mi cuerpo soporta sólo a duras penas.

Hace dos días, en el avión había a una madre con su bebé. Era la típica tía que le da la teta al crío en tu cara y tienes que estar oyendo el chhhpmmttt.. que hace al chupar. Ruido de presión y babas que ni los motores de un avión consiguen encubrir.

La madre estaba hablando todo el rato con otra señora sobre cosas de bebés, como qué hacer cuando se ponen a gritar en medio de la noche o cosas así. Lo cierto es que hablaba del bebé como si fuera un perro, algo que "adquieres" para tener la vida que se supone que debes tener, la vida que has aprendido a desear desde el primer momento en el que te dijeron que el juguete no es la caja, sino lo que hay dentro.

En ese momento sentí miedo, pensé.. "No, yo nunca tendré hijos. Tengo problemas para manejar el estrés ahora, que no tengo apenas obligaciones, imagínate con una vida así.. guaaaaa, guaaaaaaaaaaaaaaa! llevando a mi bebé a restaurantes donde molesta al resto de los comensales, convirtiendo al niño en una carga para mí y para los demás sólo porque no quiero renunciar a la rutina de mierda que tenía antes de ser madre. Trabajando en el piso 35º de un rascacielos de cristal y saliendo a correr los fines de semana. Una vida en la que socializo con otras madres imbéciles y me siento menos desgraciada y arrepentida porque aún hago las mismas cosas que la gente que no tiene hijos. Disfrutando de la vida que tendría si no hubiera nacido, obviando que sí lo ha hecho, o apuntando hacia él las expectativas generadas por mis frustraciones. Llevándolo a un colegio donde maten su individualidad y aprenda a ser tan imbécil como yo. Creando otra vida desgraciada.."

No podría vivir con eso. No quiero eso, pero sin embargo siento que es a donde me dirijo, o más bien a donde me intenta dirigir el mundo mientras yo me retuerzo entre correas de cuero.

Hace unos días tomé un baño, en un intento inútil de relajarme un poco, con la esperanza de tener una revelación que me hiciera salir corriendo en cueros y gritando ¡eureka! Mientras el agua iba empapando mi pelo y calentando mi cuerpo, pensaba en la frase que tantas veces oigo, sobre puertas abiertas y cerradas. Seguramente hacer esto me abrirá muchas, pero no son puertas que quiero cruzar. Prefiero ser una loca que vive en una cueva y le tira puñados de caca a los excursionistas perdidos que muy de vez en cuando se asoman por allí, antes que vivir en una ciudad llena de cines, restaurantes tailandeses y cafés regentados por gente con chaleco. Una ciudad llena de imbéciles.

Lo peor es que sería la envidia de muchos de los otros imbéciles, porque no creas que tendría un trabajo basura, no, sería un trabajo como Ingeniero Flipado, que gana mucha pasta cada mes, vive en una casa chachi y tiene el respeto de sus vecinos de urbanización. O sea, encima mi vida sería tan buena y tan "como cualquiera desearía", que no me podría quejar. Con una vida así seguiría como estoy ahora: colgando de un hilo, rodeada de ansiedad, pesadillas, ojeras y pastillas para dormir.

...

Llegados a este punto, lo lógico sería terminar con una conclusión, un comentario esperanzador o un consejo útil. Pues bien: que me devuelvan mi caja vacía!!


3 comentarios:

  1. No te hundas tanto, mujer, a todos los adultos les sigue encantando reventar el papel de burbujas. Basar tu vida en ir en contra de los convencionalismos sociales es igual de absurdo que basarla en seguirlos a rajatabla.

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